miércoles, 27 de marzo de 2013

Las palabras y las cosas


Michel Foucault y la deconstrucción resultan un análisis interesante sobre los sucesos que le tocaron presenciar.

LAS PALABRAS Y LAS COSAS

El lenguaje no está ya ligado al conocimiento de las cosas, sino a la libertad de los hombres. El lenguaje es humano: debe su origen y sus progresos a nuestra libertad plena; es nuestra historia, nuestra herencia.
-Michel Foucault.

Esta segunda parte hace referencia principalmente a cómo los seres humanos nos hemos desarrollado en diferentes ámbitos, el trabajo, la economía, la taxonomía y el lenguaje.
De acuerdo con el autor, todos los periodos de la historia tienen ciertas condiciones de verdad que constituyen lo que es aceptable, por ejemplo el discurso científico. Por lo mismo no pueden haber verdades universales que puedan ser aplicadas por toda el tiempo. Cambian y se adaptan.
La historia no persigue un fin, no tiene sentido. La historia de la cultura es discontínua y se organiza en torno a lo que Foucault llama "epistemes". “La Historia da lugar a las organizaciones analógicas, así como el Orden abrió el camino de las identidades y de las diferencias sucesivas[1]
Cada episteme estructura los más diversos campos del saber de una época.
Así, cada manera de cambio lo representa con una episteme, o modo de organizar el pensamiento. "Cuando hablo de episteme entiendo todas las relaciones que han existido en determinada época entre los diversos campos de la ciencia […] Todos estos fenómenos de relaciones entre las ciencias o entre los diversos «discursos» en los distintos sectores científicos son los que constituyen la que llamo episteme de una época."
Foucault sistematiza el pensamiento en tres grandes epistemes, en la historia occidental. En la primera, que se mantuvo hasta el Renacimiento, las palabras tenían la misma realidad que aquello que significaban. Así, por ejemplo, en el campo económico, el medio de cambio debía tener él mismo un valor equivalente al de las mercancías (oro, plata, etc.). En la segunda, que rigió durante los siglos XVIII y XIX, el discurso rompió sus vínculos con las cosas. El valor intrínseco de la moneda, siguiendo el ejemplo tomado del campo económico, dejó de ser importante; su valor pasó a ser sólo representativo. A partir del siglo XIX el saber comenzó a buscar la estructura oculta de lo real. En el plano económico, ya no fue el dinero el que medía el valor de un bien sino el trabajo necesario para producirlo. Los individuos piensan, conocen y valoran dentro de los esquemas de la episteme vigente en el tiempo en que les toca vivir.
Por medio de la segunda parte comprendemos cómo es que han cambiado de una manera del pensamiento a otra.
De ejemplos pone diferentes campos del quehacer humano, entre ellos el trabajo y el lenguaje.
El trabajo visto como los clásicos pensaban, tenía que llevar una equivalencia, producto de la ideología imperante que decía que todo lo que pudiera ser matematizado y verificado era por lo tanto considerado como válido, como científico. “Todo a lo largo de la época clásica, es la necesidad la que mide las equivalencias. [...] descubre una unidad de medida irreductible, insuperable y absoluta.”[2]
Se trataba de identificar qué era el trabajo, siendo este concepto muy interesante pues pasa de representar lo que cuesta obtener ciertos objetos. Como diría Foucault, ya los economistas cambiaron la representación de lo que significaba tener diamantes o piedras preciosas (pensamiento de los fisiócratas) al esfuerzo que se tiene para obtenerlas. “Las riquezas son siempre elementos representativos que funcionan: pero lo que representan finalmente no es ya el objeto del deseo, sino el trabajo.”[3]
El último tipo de pensamiento, forma de episteme, se dio gracias al trabajo de un economista, también de los llamados clásicos, David Ricardo, quien dice que el trabajo siempre será mayor puesto que la tierra cada vez será más estéril.
... distingue, por primera vez y de manera radical, esta fuerza, este esfuerzo, este tiempo del obrero que se compran y se venden, y esta actividad que está en el origen del valor de las cosas. Se tendrá pues, por un lado, el trabajo que ofrecen los obreros, que aceptan o piden los empresarios y que es retribuido por los salarios; por el otro, se tendrá el trabajo que extrae los metales, produce los bienes, fabrica los objetos, transporta las mercancías y forma así valores intercambiables que antes de él no existían y que no habrían aparecido son él.[4]
Es en esa tierra, la más mala y la que produce más esfuerzos para producir, la que indica cuáles serán los precios de un producto. “El valor de las cosas aumenta con la cantidad de trabajo que ha de consagrárseles si se quiere producirlas.”[5]
El concepto de la escasez es el que se desarrolla de manera muy importante puesto que ahora no se considera al terreno cultivable como siempre presente y que va a dar frutos. El desarrollo no será ascendente, sino lo contrario, será más arduo mantener el mismo nivel. Sigue los planteamientos de Malthus pero los direcciona en otro sentido.
... el trabajo –es decir, la actividad económica- sólo apareció en la historia del mundo el día que los hombres fueron demasiado numerosos para poder alimentarse con los frutos espontáneos de la tierra. [...] la humanidad sólo trabaja bajo la amenaza de la muerte [...] lo que hace posible y necesaria, la economía es una situación perpetua y fundamental de escasez: frente a una naturaleza que, en sí misma, es inerte y, a no ser por una parte minúscula, estéril, el hombre arriesga su vida.[6]
De igual manera se pasa a otra rama del conocimiento, la de los seres vivos y su taxonomía. Otra vez, se tiene en un principio una gran necesidad de clasificar y catalogar todo aquello que pueda ser catalogado, incluso si no se debe o puede. “... hacen surgir nuevas relaciones: las de coexistencia, jerarquía interna, dependencia con respecto a un plan de organización[7]
En primer lugar se creía que podía determinar por sus formas a los animales; después el pensamiento se desarrolló y evolucionó dando lugar a establecer que es gracias a las funciones de los órganos y diversas partes de los animales lo que debiera determinarlos y clasificarlos.
Con el tiempo se dan cuenta los científicos, en particular Cuvier, que en realidad las clasificaciones taxonómicas como las de Galeno no sirven de mucho, puesto que deberían considerarse demasiados elementos para que puedan ser aglomeradas diferentes especies. Esta mentalidad es lo que destruye el proyecto de una clasificación general, de un gran orden natural, pues las especies más desarrolladas no provienen necesariamente de las menos como se creía. Tampoco aquí hay un orden ascendente. “A partir de Cuvier, lo vivo se envuelve en sí mismo, rompe sus vecindades taxinómicas, se arranca al vasto plan constrictor de las continuidades y se constituye un nueve espacio”[8]
Una última manera de representar ese cambio del pensamiento se ve a través de la lingüística, por medio del lenguaje.
Antes, en la época clásica se creía que toda lengua provenía de una antigua y que fuera madre de las otras. Con el transcurso del pensamiento y su evolución, se dieron cuenta que éstos eran como hermanos, unos entrelazados con otros, pero lo más importante era que, las diferencias se daban por el paso del tiempo y los lugares diferentes. “De ahora en adelante, las lenguas se equivalen: sólo tienen organizaciones internas diferentes”[9]
Entonces las lenguas forman parte constitutiva y elemental de los habitantes de un lugar, determina formas y costumbres. “Ahora, cuando dos lenguas presentan sistemas análogos debe poderse decidir si la una se deriva de la otra o si las dos han surgido de una tercera, a partir de la cual han desarrollado cada una de ellas sistemas diferentes por una parte, pero por la otra también análogos”[10]
Todo esto nos lleva a un regreso al lenguaje y a las formas de interpretación, pues como lo plantea Foucault, las ciencias humanas son a la vez ciencias estudiadas por el hombre y en las que su objeto empírico es él mismo.
Esto crea una situación que las demás ciencias no tienen. A partir del s. XIX el hombre es considerado como tal, antes no se le estudiaba porque no se tenía una conciencia epistemológica como tal. No existía para la ciencia.
Ahora se piensa al hombre porque se sabe que es finito, porque no es perfecto, porque se descubren sus relaciones con la vida, el trabajo y el lenguaje.
La historia es de todas las ciencias del hombre la que siempre ha existido, desde los orígenes de la humanidad. “... si bien es la primera y como la madre de todas las ciencias del hombre [...]”[11]
Ahora la etnología y el psicoanálisis ayudan al proceso del conocimiento del hombre. Uno lo hace desde el inconsciente (el psicoanálisis) mientras que el otro a través del conocimiento de lo desconocido de las culturas.
Es gracias a todo lo anterior que podemos comprendernos como seres humanos y como parte del conocimiento. Somos una invención reciente en el campo científico y podría ser que acabemos también de manera rápida nuestro paso en la ciencia.

Bibliografía:
FOUCAULT, Michel; Las palabras y las cosas, Siglo Veintiuno Editores, México, 2007, p.217-375







[1] Foucault. Michel. Las palabras y las cosas, p.215
[2] IBID, p.218
[3] IBID, p.219
[4] IBID, p.248
[5] IBID, p.249
[6] IBID, p.251
[7] IBID, p.260
[8] IBID, p.268
[9] IBID, p.279
[10] IBID, p.286
[11] IBID, p.356

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