EL PERFIL DEL HOMBRE Y LA CULTURA EN MÉXICO
(1934)
“Todo pensamiento debe partir de la aceptación
de que somos mexicanos y de que tenemos que ver el mundo bajo una perspectiva
única, el resultado de nuestra posición en él”
Samuel Ramos.
El desarrollo de nuestra cultura,
explica Ramos, es derivada de diversos pensamientos; en nuestro caso, hemos
llegado a aceptar de tal manera lo que los demás dicen, que nos autodenigramos
no creyendo que nuestras ideas sean las mejores. Además, “los fracasos de la
cultura en nuestro país no han dependido de una deficiencia de ella misma, sino
de un vicio en el sistema [...] tal vicio es la imitación”[1].
Imitamos
porque creemos que tal creencia debe ser imitada; con ello nosotros ocultamos
la incultura que permea la sociedad. Desde la Constitución de los Estados
Unidos hasta la forma federalista.
La
importación de la cultura, tiene como defecto además que no la asimilamos, la
tomamos como única y la intentamos incrustar en la realidad mexicana. “Para
que podamos decir que en un país se ha formado una cultura derivada, es preciso
que los elementos seleccionados de la cultura original sean ya parte
inconsciente del espíritu de aquel país”[2].
La
manera en que se transplantó la cultura proveniente de España, fue por la
religión y el idioma. “Nos tocó el destino de ser conquistados por una
teocracia católica que luchaba por sustraer a su pueblo de la corriente de
ideas modernas que venían del Renacimiento”[3].
Esto es importante, porque tampoco en la ideología española existe una noción
de hacer a sus colonias independientes, que se bastaran por si solas, el
propósito era explotarlas.
[...]resulta una
paralización en el desarrollo de la Nueva España; todo se consolida, pero todo
el consolidarse queda, digámoslo así, amortizado en la rutina y en el statu
quo: el siglo XVII es un siglo de creación; el siglo XVIII es de conservación;
el siguiente es de descomposición.[4]
La
burocracia se convirtió en un lastre que no producía pero sí consumía. La
decadencia de España acentuó los vicios de organización. La inercia y el
costumbrismo hicieron que en Nueva España no hubiera un movimiento de cambio y
renovación.
Desde
comienzos del s. XIX el futuro del país quedó en manos de unos pocos que
tomaban como iniciativa las ideas modernizadoras que imperaban en otros países.
Seguramente los mexicanos podían tomar las riendas intelectuales, pero como
nunca habían tenido la oportunidad de pensar, no estaban seguros. “Sin
experiencia de la acción libre, a las primeras dificultades que encuentran se
manifiesta en ellos un sentimiento de inferioridad”[5].
El
mestizo es el que, en el siglo pasado, toma las riendas del país. Es a Francia
a quien decide imitar. “La pasión política actuó en la asimilación de esta
cultura, del mismo modo que la pasión religiosa en la asimilación de la cultura
española”[6].
Cosa interesante, el país más avanzado en aquellas épocas era Inglaterra, pero
el modelo elegido fue otro.
Nuestra
manera de probar este sentimiento de inferioridad es, porque cuando iniciamos
nuestra vida como nación independiente, muchas otras ya nos llevaban la
ventaja, eran pues mejores que nosotras.
Existen
entonces, muchos personajes que caracterizan este sentimiento, el pelado que
insulta y exalta su virilidad, porque en realidad es la única manera que
encuentra para no sentirse menos que el otro; el mexicano de la ciudad que
desconfía naturalmente de todos y juzga como inútil todo conocimiento, que de
manera despectiva llama “teorías” y por último el burgués que siendo cultivado
se siente inferior por el simple hecho de ser mexicano.
Para
crear una cultura, debemos comprender el carácter mixto de nuestra sociedad, el
problema surge cuando nos hemos forjado una imagen distinta de lo que en
realidad somos.
La
enseñanza de la cultura tiene un considerable rezago, producto de la
Contrarreforma, y fueron los clérigos aquellos que se encargaron de impartir
las ideas de modernidad que provocarán el movimiento de Independencia. Con la
Reforma, existe una separación del Estado con la Iglesia y la formulación de
una nueva Constitución.
Se
funda la Escuela Preparatoria, por Gabino Barreda; con una propuesta
positivista, para que surja una nueva generación mexicana. “A falta de una
religión, las clases ilustradas endiosan a la ciencia”[7].
Contra este tipo de pensamiento, nace el Ateneo de la Juventud, que
pretende renovar las bases filosóficas de la educación oficial.
Todo
lo anterior generó una controversia, frente a los intelectuales, la gente
prefería una enseñanza pragmática, por ello se llega a decir que existe un
abandono de la cultura. Después se da un cambio en la concepción:
El despertar del
“yo” nacional tiene en México un origen biológico. El fracaso de múltiples
tentativas de imitar sin discernimiento una civilicación extranjera, nos ha
enseñado con dolor que tenemos un carácter propio y un destino singular, que no
es posible seguir desconociendo. Como reacción emanada del nuevo sentimiento
nacional, nace la voluntad de formar una cultura nuestra, en contraposición a
la europea. Para volver la espalda a Europa, México se ha acogido al
nacionalismo... que es una idea europea.[8]
Para imprimir a nuestra cultura de un
nacionalismo específico, se debía conocer al mexicano; no se ha logrado, porque
ver lo que realmente somos, es un proceso doloroso, sabernos que nos sentimos
inferiores. “Pero no hemos logrado formar una cultura nuestra, porque hemos
separado la cultura de la vida”[9].
Toda cultura debe ser elaborada para el perfeccionamiento humano, esa es su
finalidad última.
Un proceso en el cual nos damos cuenta de
nuestro sentimiento de inferioridad, provoca un individualismo desmedido, poco
sentimiento de acción colectiva y al final, un abuso desmedido del poder. “En
general, los mexicanos se interesan en la política porque en ellos se encuentra
exaltada la voluntad del “poderío””[10].
Comprendiendo todo lo anterior, tomando una
verdadera posición de quienes somos y las posibilidades reales de nuestro
porvenir, podremos construir nuestra cultura.
Bibliografía
RAMOS. Samuel,
El perfil del hombre y la cultura en México, UNAM, 1963.
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