EL LABERINTO DE LA SOLEDAD (1950)
Octavio Paz
El descubrimiento de nosotros mismos se
manifiesta como un sabernos solos; entre el mundo y nosotros se abre una
impalpable, transparente muralla: la de nuestra conciencia
Octavio Paz.
Al igual
que Samuel Ramos ve en nuestras actitudes un sentimiento de inferioridad que
impide nuestro desarrollo, desconfiamos instintivamente de nuestras
capacidades. “La existencia de un sentimiento de real o supuesta
inferioridad frente al mundo podría explicar, parcialmente al menos, la reserva
con que el mexicano se presenta ante los demás y la violencia inesperada con
que las fuerzas reprimidas rompen esa máscara impasible”[1]
La
historia de México, es la del país que busca su origen. Como parte de la
integración en sociedad, se cree que debe haber fiesta y comunión; sin embargo,
también, nuestra misma desconfianza nos ha provisto de máscaras, nunca somos
nosotros mismos.
Para nosotros, contrariamente a lo que ocurre con
otros pueblos, abrirse es una debilidad o una traición. El mexicano puede
doblarse, humillarse, “agacharse”, pero no “rajarse”, esto es, permitir que el
mundo exterior penetre en su intimidad[2]
También,
se presenta la historia como la lucha entre las formas y fórmulas en el que se
pretende encerrar nuestro ser; así el sistema legal y moral mutilan nuestra
expresión. “Nuestras mentiras reflejan, simultáneamente, nuestras carencias
y nuestros apetitos, lo que no somos y lo que deseamos ser”[3]
Como
mencionó antes Paz, la fiesta es parte del ser mexicano, todo pretexto es bueno
para cambiar la ritualidad que existe, todo es bueno para un cambio aunque sea
mínimo en la vida cotidiana. Nuestra pobreza puede medirse en relación con la
suntuosidad de las fiestas populares que hacemos. Más importante, “a través
de la Fiesta la sociedad se libera de las normas que se ha impuesto. Se burla
de sus dioses, de sus principios y de sus leyes: se niega a si misma”[4]
De esa
época surge la Malinche, aquella que tuvo una apertura con los españoles y de
ahí se concluye el término malinchista que es el débil y el que quiere
abrirse a los extranjeros.
La sociedad formada fue de orden abierto; regida con
principios jurídicos, económicos y religiosos que establecían una relación de
las partes con el todo. El catolicismo es el centro de toda la sociedad.
El mundo colonial era proyección de una sociedad que
había ya alcanzado su madurez y estabilidad en Europa. Su originalidad es
escasa. Nueva España no busca, ni inventa: aplica y adapta. [...] El fervor y la profundidad de la
religiosidad mexicana contrastan con la relativa pobreza de sus
creaciones.[...] La decadencia de la cultura española en la Península coincide
con su mediodía en América. El arte barroco alcanza un momento de plenitud en
ese periodo.[5]
Después,
conforme pasa el tiempo, la concepción que también se tiene de la Nueva España
pasa a ser un simple cuerpo deshabitado. Para la Independencia, coexisten dos
tendencias ideológicas: la de origen europeo y liberal que piensa a América
como una asociación de naciones libres; la otra, rompe con la metrópoli sólo
para acelerar el proceso de dispersión del Imperio.
El tiempo
transcurre y se dan las Leyes de Reforma, que lo que ocasionan con sus
propuestas legales es sin quererlo, negar todo pasado indígena y también no
aceptar el español. Así en un solo instante, los mexicanos dejamos de tener
un origen y también un destino. “Todos
esperaban que una Constitución democrática, al limitar el poder temporal de la
Iglesia y acabar con los privilegios de la aristocracia terrateniente,
producirá casi automáticamente una nueva clase social: la burguesía”[6]
Con
ideales y postulados por recuperar el pasado perdido es que se alzó un líder de
la Reforma, al estilo mesiánico, proponiendo un retorno o de menos un destino
cierto del mexicano. “La imagen del <<dictador
hispanoamericano>> aparece ya, en embrión, en la del
<<libertador>>”[7].
Ante la
desesperación surge la figura de Porfirio Díaz que con el positivismo se
propone aprovechar la ciencia para beneficio del hombre. Después de muchos años
en el poder, la gente se levanta en armas contra la dictadura, pero fue un
movimiento con escasez de precursores ideológicos lo que después acarreará
problemas. “La Constitución de 1917 [...] la adopción del esquema liberal no
fue sino consecuencia de la falta de ideas revolucionarias. Las que la
“inteligencia” mexicana ofrecía eran inservibles”[8]. Por lo tanto no es de extrañar que nuestras palabras
políticas tengan la intención de ocultar nuestro ser.
La
llamada inteligencia mexicana, ha servido como servidumbre al poder del Estado,
no lo critica y es más, lo alaba en lo que puede. Sin embargo existen algunas
excepciones como Manuel Gómez Marín que formó un partido de oposición, Daniel
Cosío Villegas un acercamiento de textos económicos y una crítica seria al
porfirismo.
“Zea
afirma que, hasta hace poco, América fue el monólogo de Europa [...] En un
sentido estricto, el mundo moderno no tiene ya ideas. Por tal razón el mexicano
se sitúa ante su realidad como todos los hombres modernos a la vez: a solas”[9]
Después
de la Revolución, se instauró el capitalismo como sistema económico, pero, como
explica Paz “para los pueblos de la periferia el “progreso” significaba, y
significa, no sólo gozar de ciertos bienes materiales sino, sobre todo, acceder
a la “normalidad” histórica: ser, al fin, “entes de razón”[10]. Nuestro crecimiento industrial se
ve desfavorecido porque el demográfico es mayor, produciendo subempleo.
Además
seguimos siendo un país productor de materias primas, dependemos de los
productos industrializados y de sus elevados precios; bajo esta perspectiva es
difícil dejar de ser un país dependiente y endeudado. “Aunque nos hemos
liberado del feudalismo, el caudillismo militar y la Iglesia, nuestros
problemas son, esencialmente, los mismos. Esos problemas son inmensos y de
difícil resolución. [...] Muchas tentaciones, desde el “gobierno de los
banqueros” hasta el cesarismo, pasando por la demagogia nacionalista y otras
formas espasmódicas de la vida política.”[11].
Bibliografía
PAZ. Octavio, El laberinto de la soledad,
FCE, México, 2004, p.11-231
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